logo acontecer

En la hora de los hornos

Velia Govaere
Observatorio de Comercio Exterior (OCEX-UNED)

En el momento mismo en que Costa Rica acudía a las urnas, desganada y sin aliento, se acumulan insolentes y sin respuesta todos los problemas postergados a las calendas griegas. Su sumatoria es patente y la impotencia para resolverlos también: costos imperdonables de tarifas eléctricas, sometidos, eso sí, a la ideología estatista. Infraestructura con deuda impagable bajo su actual rectoría. Déficit fiscal, que pareciera lo único urgente y, aun así, pospuesto sine die. Inadecuación y baja calidad educativa, que desmerece su formidable inversión, pero en eso, noli me tangere. Y no hablemos de la insoportable crónica del irrefrenable sicariato diario.

Costa Rica no está en su mejor día, pero las opciones políticas a mano de los costarricenses tampoco están en su mejor hora. Ingratas y amargas realidades internacionales no sirven de consuelo. Baste saber que en nuestros desencantos y miserias, no estamos solos.

Una incertidumbre posmodernista es la moneda de curso de los tiempos de una globalización que no ha logrado encontrar su rostro humano. Los descontentos se anunciaban con todos los bemoles de la sordera con que se recibieron. Pero, a contrario sensu de los determinismos económicos, el reino donde la inseguridad impera es la política. En todas partes el crecimiento económico es la regla, pero eso sigue sin traducirse en satisfacción y, mucho menos, certidumbre. Los escenarios políticos internacionales acentúan esa sensación de ausencia de rumbo cierto.

La contradicción sistémica entre la realidad y la ficción acusan entornos inconfesables, pero reales. ¿Cómo entender, en efecto, que la misma semana de la captura del Chapo Guzmán coincidiera con el desplome del precio de la cocaína al menudeo, en Chicago? ¿Liberación del mercado al sacar de circulación a un monopolista? ¡Váyase a saber! Pero ese tema, que tanto nos afecta, es movido por fuerzas invisibles. Ahí, el excepcionalismo costarricense topó con cerca y en la impotencia policial frente al tráfico de estupefacientes encontró su techo.

El mapa internacional convulso que vivimos hace un contraste impensable con las ingenuas expectativas que surgieron de la caída del muro de Berlín. Se creía entonces - ¡qué alejados hoy de aquellas quimeras! – que pasábamos de un mundo bipolar a uno monolítico, dominado de forma indiscutible por el liderazgo de los Estados Unidos. ¿Quién hubiera imaginado, entonces, que el coloso del norte se replegaría en sí mismo y abriría, gratuitamente y sin ser obligado por la fuerza, formidables espacios de liderazgo?

China, que no es ni democracia ni economía de mercado, aparece ahora como mentor del comercio mundial, defensor de la globalización y propulsor del más avanzado proyecto de inversión de infraestructura internacional, con una nueva “ruta de la seda”, que llega hasta nuestra indolente frontera. El liderazgo de Asia se le entregó en las manos.

En Oriente Medio, Rusia ocupó los vacíos de poder que le dejaron las aventuras intervencionistas norteamericanas, comenzando con la guerra de Irak, momentáneamente apoyada por un presidente criollo (¿se nos olvidó ya ese vergonzoso episodio del marzo negro de 2003?). El fracaso norteamericano se convirtió en triste victoria cosaca y esa región, convertida en atolladero internacional, afianzó en Rusia al despotismo de Putin.

En la Unión Europea, los problemas económicos dejaron de ser su talón de Aquiles. La política, en cambio, se convirtió en el escenario de las más graves contradicciones de su historia. Olvidémonos de la enfermedad crónica del Euro, que volverá, sin duda, a reincidir. El escenario de estertores europeos es hoy la política: el Brexit, el afianzamiento de regímenes autoritarios derechistas y, en Turquía, Erdogán, aprendiz de sultán, cuyas manos controlan la seguridad europea, frente a Rusia, y deciden el flujo migratorio de las masas árabes desde sus regiones destruidas.

En tanto, Corea del Norte estornuda y el mundo tiembla, comenzando con la aflicción de los millones que perecerían, en Corea del Sur, en la primera hora de una guerra atómica.

Frente a estas crisis de impactos tan inmediatos, el cambio climático proyecta una sombra, acaso más lejana, pero no menos siniestra. También ahí, la deserción norteamericana convierte en nugatoria la última oportunidad que la humanidad tenía de escapar de esa catástrofe.

Así está el mundo cuando Costa Rica sale afligida de la más deslucida campaña de su historia, donde lo más fácil fue encontrar contra quién votar. Hoy, en la hora de los hornos, se despejó una parte de la incógnita, pero eso no nos deja más tranquilos frente al panorama inmenso de nuestros desafíos postergados.

 
El TINTERO -  Febrero 2018 - Pág. 28