Autor: Julián Monge Nájera, Ecólogo y Fotógrafo

Las reproducciones de batallas navales, las peleas de gladiadores y la caza de animales salvajes no son los únicos dramas que se han vivido en el coliseo romano. Ignorados por turistas y científicos, los caracoles del coliseo llevan miles de años librando sus propias batallas.

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Los edificios históricos de Roma, abandonados, lucían llenos de naturaleza en el siglo XVII, incluyendo el coliseo, que se ve acá a la derecha. Millones de insectos, moluscos y plantas hallaron allí un hogar. Pintura de la época por W. Nieylandt. Fuente: Wikimedia

Casi nadie se fija en los pequeños caracoles que se ven pegados a las paredes milenarias del Coliseo Romano y otros monumentos históricos de la Ciudad Eterna. Son igualmente ignorados por turistas y biólogos. Pero el zoólogo polaco Stefan Witold Alexandrowicz sí se fijó, y nos ha dejado un lindo artículo sobre la malacofauna de las ruinas romanas¹.

¿Por qué son tan frecuentes los caracoles en estas ruinas?

Básicamente por dos razones, porque encuentran todo lo que necesitan, y porque se dividen los recursos. Por una parte, las ruinas tienen una rica y variada vegetación que les sirve de alimento y los protege del clima y de sus enemigos. Además, la piedra con la que se construyeron el coliseo (llamado en realidad Circus Maximus), el foro y otros edificios romanos, son ricas en carbonato de calcio, necesario para la construcción de las conchas de los caracoles¹.  Por otra parte, las dos especies dominantes se especializan uno en partes soleadas, y otra en partes sombreadas, de manera que no compiten directamente por recursos y ambos prosperan.

Los caracoles son frecuentes en los senderos turísticos, en la vegetación y en las piedras. Don Stefan halló en el coliseo ocho especies, 57% de ambiente seco¹. 

Y las especies dominantes en el coliseo son fascinantes, el “caracol chico” Cernuella virgata, y el “caracol peludo”, Xerotricha conspurcata.

El caracol chico, es llamado así por los españoles, quienes los comen en “tapas” junto a otra especie más grande. 

Este caracol chico tiene una desventaja, y es que cuando la humedad baja, forma grandes grupos y entra en un estado de adormecimiento. 

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El caracol chico Cernuella virgata. Suele agruparse y eso lo hace un buen candidato como alimento humano. Fuente: V. Menkov, Wikimedia.

Originalmente, el estar en grupos durante el periodo de mayor indefensión tenía una ventaja evolutiva: si una lagartija o un ratón se encuentran a un caracol dormido, hay casi un 100% de probabilidad de que se coma justo ese caracol. Pero si se encuentra 100, la probabilidad de ser el elegido baja a 1/100 y por eso la selección natural favoreció agruparse. 

Pero justo esa ventaja, que funcionó por millones de años, fue la causa de la perdición del caracol chico, porque cuando los humanos descubrieron que era fácil conseguir muchos cada vez, decidieron que valía la pena buscarlos para preparar una buena sopa, o alguna otra receta de las muchas que se hacen con los caracoles que son abundantes. Probablemente los romanos los comían, y tal vez ellos llevaron la costumbre a España, donde aún perdura; o tal vez los españoles lo descubrieron sin influencia de la cocina romana.

En todo caso, el caracol tiene su venganza. Muchos llevan en sus cuerpos un parásito, el gusano Brachylaima cribbi.  Este gusano, que también desde mucho antes de que Roma fuera un imperio ya atacaba a los caracoles, inicia su ciclo en otro caracol, el Theba pisana, de allí pasa al caracol chico y siguiendo la cadena, a las personas que se lo comen. Y si ningún parroquiano se los come, pasan a ratones, aves y reptiles y allí se mantiene el ciclo.

La persona que se come el caracol crudo, o mal cocinado, adquiere el parásito y lo libera en sus heces, de donde pasa a otros caracoles y reinicia el ciclo. 

Los efectos van desde dolor abdominal y diarrea, hasta cambios peligrosos de frecuencia cardiaca, pero el 90 % de las personas sobrevive2.

El otro pequeño habitante del coliseo, el caracol peludo, es fascinante no solo porque es peludo, lo cual puede decirse de pocos caracoles, sino también porque usa dardos de amor3.

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El caracol peludo, Xerotricha conspurcata. Solamente en los jóvenes se ve con claridad la cubierta de filamentos o “pelos”, pues con el tiempo estos filamentos se van cayendo. Se cree que estos filamentos les ayudan a adherirse al sustrato. Fuente: Shkodër, Wikimedia.

Los dardos de amor son como flechas de calcio que el individuo que hará de macho clava en su pareja para que abra la vagina. Para ello, el dardo lleva hormonas. 

Desde hace milenios, este violento acto de amor se ha repetido millones de veces en el coliseo, sin que nadie lo sepa. Nadie, claro, salvo nosotros: las reproducciones de batallas navales, las peleas de gladiadores y la caza de animales no son los únicos dramas que se han vivido en el coliseo3.

Publicado originalmente en Blog Biología Tropical: 16 de julio 2020

REFERENCIAS

¹ Alexandrowicz, S. W. (2012). Malacofauna of the Forum Romanum and adjacent ancient Roman monuments. Folia Malacologica20(4). 289-293

2 Butcher, A. R., & Grove, D. I. (2001). Description of the life-cycle stages of Brachylaima cribbi n. sp. (Digenea: Brachylaimidae) derived from eggs recovered from human faeces in Australia. Systematic Parasitology49(3), 211-221.

3 Kerney, M. P., Cameron, R. A. D.,  & Jungbluth, J. H. (1983). Die Landschnecken Nord- und Mitteleuropas. Hamburgo & Berlin: Paul Parey.