Los 200 años de la Guerra de Ochomogo y el traslado de la capital costarricense

Por: Rafael A. Méndez Alfaro

Rafael A. Méndez Alfaro
Coordinador del Programa de Humanidades
Escuela de Ciencias Sociales y Humanidades

El 5 de abril de 1823, grupos opuestos en su visión de lo que aspiraban para Costa Rica, se enfrentaron en lo que fue el primer conflicto militar interno de la recién fundada nación, en un sector denominado Ochomogo. Los bandos enfrentados representaban por un lado los intereses de Cartago, capital colonial, y por otro a San José, ciudad que desde la segunda mitad del siglo XVIII venía experimentando un pujante crecimiento material, demográfico y educativo, en detrimento de otras villas y poblaciones, incluida Cartago.  

La historiografía tradicional del país ha denominado este conflicto armado como “Guerra de Ochomogo”, aunque sería más preciso reconocerla como batalla, dado que la misma fue muy puntual en términos cronológicos y espaciales. Su duración fue de unas cuantas horas y el resultado político de la misma se pudo constatar casi de inmediato. El término guerra es de mayor complejidad, duración e impacto en una nación. En este caso es un conflicto local, en un escenario bélico preciso y con la participación de dos grupos de contendientes de limitado alcance. Por lo antes dicho, parece más adecuado hablar de “Batalla de Ochomogo” y no de “Guerra de Ochomogo”, para calificar este evento castrense en particular.

Los orígenes de este conflicto son de naturaleza diversa, aunque guardan en común el hecho de una creciente rivalidad interprovincial dentro del Valle Central costarricense, sector que reunía, como lo hace en la actualidad, la mayor concentración demográfica del territorio. Desde que se levantaron las primeras viviendas en los sectores donde más tarde se fundaría San José, hasta las experiencias vividas en la coyuntura independentista, la población josefina mostró una disposición hacia el mejoramiento de las condiciones materiales de existencia. Las evidencias históricas muestran que a través del siglo XVIII y las dos primeras décadas de la siguiente centuria se implementaron diversas iniciativas, algunas particulares, otras surgidas desde la Capitanía General de Guatemala, que en su conjunto otorgaron un gran impulso al núcleo poblacional instalado en el occidente del Valle Central.

La rivalidad entre josefinos y cartagineses guardaba relación con el notable crecimiento que los primeros estaban teniendo conforme avanzaba el siglo XVIII. La fundación de la Factoría de Tabacos en tierras josefinas y la incidencia que esto trajo en materia económica, sumado a las tempranas prácticas de siembra y exportación de café, así como la creación de un Ayuntamiento en San José, promotor con la activa participación de la población josefina de la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, fueron elementos que brindaron, en distinto nivel, un renovado aire a los intereses de San José como polo opuesto a los intereses que representaba Cartago, más propenso a sostener posturas en defensa de la monarquía española. Por supuesto, la designación de “ciudad” de que fue objeto San José, resultado de acuerdos emitidos dentro de las Cortes de Cádiz, debió constituir un respaldo a esta realidad que se asomaba como antesala de la emancipación de las tierras centroamericanas, incluida Costa Rica.

En la medida que es posible percibir este progresivo protagonismo josefino, también se identifica, casi de forma paralela, un declive cartaginés en relación con asuntos como la diversificación productiva, la creación de instituciones educativas, la inversión en infraestructura urbana o en general en la introducción de variables que se identificaban como síntomas de “progreso material”. Imposible obviar en esta argumentación que en la medida que el periodo colonial iba llegando a su fin, San José reunía la mayor concentración poblacional de la provincia de Costa Rica, superando por mucho no solo a las villas cercanas del Valle Central occidental como Heredia y Alajuela, sino desplazando a un segundo plano a la ciudad de Cartago, que contaba con siglos de existencia. Esta preeminencia josefina como polo de atracción demográfica, ya visible en la Colonia, será un elemento que se va a acentuar a lo largo del siglo XIX, conforme se van sentando las bases de lo que será el estado nacional costarricense.

El conjunto de antecedentes, sumado a diferencias de enfoque político que prevalecían entre las ciudades de San José y Cartago, a pesar de haberse suscrito la independencia en 1821, llevaron a un enfrentamiento militar entre poblaciones y militares de ambas poblaciones. Rafael Obregón Loría ha señalado en este particular lo siguiente: “Don Joaquín Oreamuno, exaltado anexionista, junto con un grupo de cartagineses que pensaban como él, decidió el 29 de marzo de 1823 tomar el cuartel de aquella ciudad, desconocer el gobierno de la provincia y proclamar la anexión al imperio, todo lo cual trajo como consecuencia la lucha del 5 de abril en Ochomogo, en que se enfrentaron las tropas de Cartago con las de San José, jefeadas estas por don Gregorio José Ramírez”. Es preciso destacar que con la toma del Cuartel de Armas se daba el primer golpe de Estado en la historia de Costa Rica, apenas dos años después de suscrita la emancipación, situación que deja ver la fragilidad política y militar que se vivía en ese momento.

Obregón Loría señala con acierto que el bando cartaginés estaba proclamando en ese acto la “anexión al imperio”, refiriéndose con esa expresión al Primer Imperio Mexicano del Emperador Iturbide o en términos llanos conocido como el “Imperio de Iturbide”. Lo singular de esta acción cartaginesa es que la insurrección y respectivo pronunciamiento de apoyo al “imperio” se daba diez días después del derrocamiento de Agustín de Iturbide en México. Es decir, Oreamuno y el grupo de cartagineses alzados en armas estaban dando apoyo irrestricto a un imperio y a un gobernante inexistentes. Dadas las pobres condiciones de los caminos, las noticias venidas desde México llegaban con gran retraso a tierras costarricenses, tal como había ocurrido dos años antes con el acta de independencia firmada en Guatemala y los correos de Chiapas que le habían dado origen, arribadas a Costa Rica avanzado el mes de octubre de 1821. Es necesario anotar, eso sí, que cuando se da la batalla de Ochomogo, resultado de las acciones tomadas por los cartagineses, tanto éstos como los josefinos desconocían los acontecimientos políticos ocurridos en el antiguo Virreinato de Nueva España.

Sobre el fragor militar, Francisco Montero Barrantes describe lo ocurrido en los siguientes términos: “Los republicanos josefinos y alajuelenses, reunidos en San José, decidieron mantener su resolución de que fuese la república la única forma de gobierno y marcharon sobre Cartago en la noche del 4 de abril de 1823. Al amanecer se encontraron en el alto de Ochomogo con los cartagineses que venían a rechazarlos. Eran los jefes de las fuerzas josefinas don Gregorio José Ramírez y don José Antonio Pinto”. Aquí es posible reconocer la presencia de un conflicto derivado de dos visiones de mundo antagónicas, sobre la forma más adecuada de organizar los territorios que antes estuvieron adscritos a la Capitanía General de Guatemala y que ahora se encontraban ante el dilema de la soberanía.

El enfrentamiento inició alrededor de las cinco de la mañana, presentándose bajas en ambos bandos, para un total de unos veinte fallecidos. Como se puede apreciar, la batalla no resultó una experiencia de grandes dimensiones ni en duración, así como tampoco en la cantidad de caídos ni heridos en combate. La batalla confirmó la supremacía josefina, que en relación con el tema de la independencia tenía gran afinidad con lo expuesto por la población instalada en la villa de Alajuela.

Ricardo Fernández Guardia describió en un texto denominado La Cartilla Histórica, que por muchos años fue una obra utilizada como referencia en el sistema educativo costarricense, el desenlace de la batalla de Ochomogo: “Suspendidas las hostilidades a petición del jefe cartaginés don Félix Oreamuno, firmaron una capitulación los delegados de las partes beligerantes; pero el jefe republicano Ramírez no la ratificó, exigiendo una rendición incondicional, por lo que los imperialistas se retiraron a Cartago, dispersándose. Don Gregorio José Ramírez se adueñó de la ciudad y a consecuencia de esta victoria la capital de la provincia fue trasladada a San José por decreto del Congreso”. En general las fuentes coinciden en señalar que la superioridad josefina en el campo de batalla fue notoria conforme avanzaron las hostilidades, desertando parte parte del bando cartaginés, que se dispersó en las inmediaciones de la ciudad tan afín a la extinta Corona española.

Parece claro que la determinación en el actuar de Gregorio José Ramírez resultó clave para el traslado de la capital a San José. La condición innegociable de que para detener el fuego resultaba indispensable que los cartagineses aceptaban la rendición incondicional, dio escaso margen de negociación a la ciudad que hasta ese momento ostentaba el rango de capital costarricense. Una vez intervenida la ciudad colonial y desarmados sus vecinos, se dieron las condiciones políticas que favorecieron la decisión de hacer efectivo el traslado de la condición de capital desde Cartago hacia San José en 1823.

Años más tardes disputas locales y contradicciones propias de una nación en construcción, donde los intentos de cohesionar un Estado alrededor de una ciudad chocaron con fuerzas divisionistas, generaron el surgimiento de proyectos singulares como La Ley de la Ambulancia o conflictos militares como la Guerra de La Liga. En estos casos el tema de la capital estuvo de por medio, ratificándose a San José como capital definitiva del naciente país.