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POR VELIA GOVAERE - ACTUALIZADO EL 14 DE ENERO DE 2016 A: 12:00 A.M.

http://www.nacion.com/opinion/foros/hora-hornos_0_1536446351.html


Dice un refrán irlandés: “Solo cuando tocás fondo no hay nada que perder, sino solo crecer”.


El ciudadano de “a pie” califica al gobierno con dureza. Recientes encuestas expresan un nivel de insatisfacción especialmente doloroso para quienes votaron por don Luis Guillermo Solís.

¿Nunca tantos se equivocaron tanto? Al ser tan duros en sus primeros 18 meses, ¿erran, otra vez, ahora?

En todo caso, si ese severo diagnóstico de descontento peca, ¡ojalá!, de prematuro, algo sí está claro: no fue de gran acierto que el gobierno concentrara su comunicación con la ciudadanía, al cumplir sus primeros cien días, destapando fango.

Escarbar puntuales asuntos desabridos, de mal olor y larga data, enlodaba más la “cancha embarrialada”. Sacar podredumbre a flote, como acto de exhibicionismo público, fomentó más discordia y entorpeció lo que más necesita Costa Rica: un diálogo social frente a la avalancha que se nos viene. No era momento de reclamos sino de acuerdos.

Reiterar denuncias era un lujo que no podía permitirse, sobre todo, sin tener capacidad real de reparar los daños denunciados, como meses después quedó en evidencia.

Fue un escenario revelador, sin embargo, no tanto de los males de la función pública, sino de no saber distinguir entre la retórica para ganar y la sabiduría para gobernar. La impudicia estéril de aquellas denuncias escandalosas invitaba a la confrontación. Era un ejercicio de distracción que dejó al descubierto la ausencia de una estrategia de concertación a largo plazo.

Aquel impudor dejó que la mirada pública se adentrara en la pus de nuestro monstruo estatal sin realmente desentrañarlo. Lo digo tanto en el sentido de “comprenderlo”, como de remozarlo, ya que nuestro Estado es un organismo de intestinos perezosos, que ha olvidado la función vital de renovarse.

Estamos claros en que esta situación no es culpa de don Luis Guillermo. También a él le cayó por sorpresa la lotería inesperada del sufragio de un pueblo cauteloso que quería un cambio, pero no tanto.

Lo que sí se le puede y debe reprochar a don Luis Guillermo es que no haya enastado las banderas que llevaba, como instrumentos de renovación democrática: transparencia, sin empujones de Sala Cuarta, y, sobre todo, concertación social.

Ambos fueron temas explícitamente abordados por los dos principales candidatos. Don Johnny, con el apelo a un gobierno de unidad nacional, proclamaba que ningún partido puede, por sí solo, sacar a Costa Rica del hueco. Don Luis Guillermo centró su discurso en la promoción de la participación ciudadana. Yo creo que esa bandera fue un componente importante del voto popular. ¡Charita!

Falta respaldo. Es cierto que existe una tímida concertación en temas de competitividad con dos Consejos. Aun así, con todo y lo positivo de esos diálogos, nadie los conoce, se mantienen marginados de la vida pública, el presidente no los asume personalmente, tienen bajo perfil ejecutivo y no logran encontrar iniciativas de consolidación institucional. Ese es el punto, no responden a un contenido estratégico de gobierno y no tienen institucionalidad de respaldo.

Por esa razón, quiero volver a Irlanda. En 1985, frente al abismo en el que estaba, Irlanda vio hacia el cielo, no hacia el fango. Buscó salidas, no denuncias. Pasó de la protesta vociferante a la propuesta concertada y, lo más importante, cada acuerdo social respondía a un estudio sin ideología, con un documento guía, un mapa de ruta y una institucionalidad de respaldo.

Y la Irlanda de 1985 estaba peor que la Costa Rica de hoy. Tenía mayor deuda pública, 120% del PIB contra menos del 60% nuestro; sufría una fuerte inflación, que nosotros no tenemos; su inversión estaba estancada, cuando nosotros tenemos inversión extranjera y gozamos de préstamos internacionales.

Irlanda padecía un mayor déficit fiscal, con el agravante de tener un ya elevado nivel impositivo, lo que le quitaba margen para recetar nuevos impuestos, sin apretarse la faja. Para colmo de males, más del 70% de sus requerimientos energéticos dependían del petróleo importado. ¿Querés más masa, lorita?

Pero en su hora de los hornos, Irlanda convirtió la crisis en oportunidad y salió fortalecida, y no una, sino dos veces.

La estrategia. En su primera crisis, Irlanda creó un Consejo Económico Social Nacional, de carácter institucional, como órgano consultivo directamente vinculado al despacho del primer ministro. En 1986, en lo más álgido de la crisis, este organismo llamó al diálogo social. Este diálogo se tradujo en un Programa para la Recuperación Nacional, que fue piedra angular de la arquitectura institucional de su primer Acuerdo de Alianza Social. En él participaron todos los actores: gobierno, sindicatos y empleadores. El Legislativo participaba a través del Ejecutivo, por el carácter parlamentario de Irlanda.

Los resultados fueron simplemente apabullantes. Apenas en los primeros tres años del acuerdo, se recuperaron las tasas de crecimiento a más del 4%; disminuyó la deuda nacional, de 125% al 98% del PBI; y bajó en un 26% el número de desempleados.

Diez años después, los resultados se fueron consolidando en lo que ya se consideraba un milagro económico, e Irlanda se había convertido en uno de los países más ricos de la Unión Europea.

¿Cómo lograron esto? Aprendieron la principal lección de sus primeros años de éxito e interiorizaron su propio proceso, con una renovación constante de sus alianzas sociales, que se convirtieron en la columna vertebral de la arquitectura institucional de la política económica, competitiva, social, ambiental, educativa, salarial y municipal irlandesa. A cada pacto, un tema y una institución articuladora.

¿Qué tuvieron los irlandeses a su favor? ¡Haber tocado fondo! Así lo dice un refrán irlandés: “Solo cuando tocás fondo no hay nada que perder sino solo crecer”.

¿Qué nos falta a nosotros? No estar todavía en nuestra propia hora de los hornos. Este gobierno está perdiendo el momento para reaccionar y la credibilidad para tener convocatoria. Eso es lo más triste que tiene no escuchar las voces de “a pie”. ¡Que despierte el leñador!

La autora es catedrática de la UNED.