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POR VELIA GOVAERE - ACTUALIZADO EL 16 DE NOVIEMBRE DE 2016 A: 12:00 A.M.

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No tenemos derecho a engañarnos con pensamientos autoindulgentes

Llegó la penumbra a apoderarse de las agendas públicas por doquiera. La incertidumbre robó la luz del día y desnudó todos los abandonos. Jamás llegó a los pobres el prometido efecto derrame de las migajas de las mesas de los ricos.

Las masas iracundas se rebelaron, cansadas de esperar el cumplimiento de promesas, una y otra vez pospuestas.

Ya no valieron las opiniones más eruditas, ni los consejos más sanos de los medios y formadores de opinión, vistos como parte del mismo tramposo tinglado, que pedía paciencia.

Cualquier cambio era bueno a los ojos de esa masa enfurecida, que votó más en contra de todo que a favor de nada. Ninguna impertinencia fue suficiente para disuadir ese voto de protesta. Y cayó la noche oscura y nos dejó sumidos en la más negra incertidumbre.

Es inimaginable que lo mejor que podemos esperar de Trump es que no cumpla sus promesas de campaña, como suele ocurrir entre gobernantes criollos. ¡Ojalá haya mentido otra vez!

Pero no tenemos derecho a engañarnos con pensamientos autoindulgentes, esperando que su propaganda electoral haya sido solo eso, mera propaganda para explotar a su favor la rabia, el racismo y el desencanto.

Aprendiz de brujo. Sumó el voto obrero blanco sin educación, el cansancio masivo frente a las promesas incumplidas de la democracia y el sueño americano convertido en pesadilla de olvidos y desigualdad.
Las reales miserias conjuradas por una globalización sin rostro humano lograron el montaje de la más formidable coalición de todos los temas reaccionarios que se esconden en el corazón incomprendido y desatendido de las profundidades de los Estados Unidos.

Estaba perdida, en todas partes, una conducción ilustrada y todo se confabuló para poner las riendas del destino del mundo en manos de un aprendiz de brujo ( der zauberlehrling ).
Sin forzar paralelismos, pienso en nosotros, no en Trump, cuando recuerdo 1933, cuando Hindenburg dio su indispensable apoyo para que un vociferante enardecedor de resentimientos pudiera dirigir la cancillería alemana.

“Una vez canciller, moderará su tono” –pensó–, y se equivocó. El poder no modera, exacerba. Nosotros no podemos cometer ese pecado de ilusiones autocomplacientes. Quien camina y habla como pato, no es santa paloma. Sepamos que lo peor es posible y preparémonos para la tormenta.

Control total. Trump llega a la presidencia con una aplastante mayoría legislativa que le permitirá mano de hierro y control de la agenda política. En ella se encuentra el nombramiento de una figura reaccionaria para llenar la vacante de Scalia en la Corte Suprema.
Eso abre amplias posibilidades de retroceso de los derechos civiles y de género que volverán a ponerse sobre la mesa. Con la mayoría en la Corte Suprema, tendrá fuerza sobre los tres poderes, con el debilitamiento evidente de los pesos y contrapesos, balance indispensable para la democracia.

La abolición del programa de salud de Obama fue promesa de primer acto de su administración. Siguen en su nefasta lista, deportaciones masivas y proteccionismo comercial, en especial con Corea, China, Europa y México, como primeros blancos.

Se inicia un período de inestabilidad en todos los escenarios internacionales. No habían terminado de contarse los votos, cuando se reunía afligido el Consejo de Seguridad Nacional de Corea del Sur, necesitado de evaluar su nuevo estado de vulnerabilidad frente a Corea del Norte.

Compás de espera. Todas las alianzas cultivadas por Obama en Oriente Medio quedan en suspenso, abiertas las amenazas de intervención de Moscú en Ucrania y otros países del este europeo. La Unión Europea, que no está en su mejor momento, pierde un aliado confiable en la OTAN y puede despedirse del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones, en actual negociación.
El muro, a cargo del erario mexicano se convirtió en su retórica de campaña, en un símbolo difícil de olvidar.

Canadá y México fueron amenazados con tener que renegociar el Nafta. El pesimismo comercial deambula por todos los pasillos. Solo Ottón Solís, cuando ya estábamos comenzando a apreciar su buen tino, es capaz de imaginar una posible renegociación del TLC, con supuestas nuevas ventajas que Trump nos podría conceder.

¿Cómo se le puede ocurrir ver una oportunidad para Costa Rica en semejante victoria de resentimientos, xenofobia y aislacionismo? ¡Por Dios santo, señor! Crucemos los dedos, más bien, para que no lo toque. Pero bueno… al mejor analista se le cae el zapote.

Cambio pedido. Pero no debemos enfadarnos con la realidad, sino aceptarla en toda su dimensión. Aparte a los posibles malos augurios que llevan de premisa la administración Trump, signo va, signo viene, hace rato ya que los síntomas de un cambio en el ánimo de las poblaciones anunciaban a gritos la hora de giros de paradigma.
El cambio que se pedía era de mayor solidaridad, partiendo del entendimiento de los males que causaba la administración de las opulencias de los mercados para beneficio de las minorías.

Pero había demasiada ceguera para eso y las élites políticas que empoderaban a las cofradías del comercio exterior marcaron el paso en las agendas públicas. No importaba que la desigualdad resultante provocara, a todas luces, tan amargos desencantos también en Costa Rica, donde pervive el abandono a la industria local con la fiesta perenne de negociaciones comerciales.

Contra la demagogia no hay vacunas. Quien capture el derecho al berreo y lo convierta en fuerza electoral puede llevar a cualquier pueblo al matadero. Frente a la ceguera de las élites se impuso la ceguera de las masas. Pero seamos honestos. No fueron las masas populares las primeras sordas a los buenos consejos de quienes, desde hace años, advertían de cosechas de tormentas que se cultivaban en las mieses neoliberales y aperturistas a ultranza.

Llegaron entonces las uvas de la ira popular con las que tenemos que reconciliarnos primero, antes de esperar retomar un sendero seguro, cuando pase esta tormenta. En tanto, “el cielo profundo viste de duelo”.

 

La autora es catedrática de la UNED.