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POR VELIA GOVAERE - 18 de marzo 2018

 

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Lo único seguro es la incertidumbre y con ella asombra la relativa tranquilidad de los mercados financieros. ¿Hasta cuándo?

 

¿Hacia dónde va Estados Unidos y hacia dónde nos arrastra? ¡Ni Trump lo sabe! La cosmovisión (Weltanschauung) de ese timonel retrocede nadie sabe hasta cuándo. Erran, pienso yo, quienes dicen que representa un retorno a la Guerra Fría. Olvidan que fue entonces cuando se crearon las bases de un mundo articulado: el Sistema de las Naciones Unidas, un comercio multilateral regido por reglas y la hegemonía cultural de los derechos humanos. Nada de ese imago mundi nos hace pensar en Trump. Él tiene una mentalidad anterior a la del “riflero terrible y fuerte cazador”, aquel Theodore Roosevelt de quien Darío advertía que pensaba que donde ponía la bala el porvenir ponía.

Saber que así piensa tampoco lo hace predecible. Todo lo contrario. Su anacronismo cognitivo no tiene diseño coherente de propósitos y medios para alcanzarlos. Su lenguaje corto, expresado en Twitter, da la dimensión exacta de la profundidad total de su pensamiento. Comprobación de la hipótesis Sapir-Whorf que establece que la forma como la gente habla determina su conducta.

Sus arrebatos lingüísticos se corresponden con la extensión simplista de su estrategia, con aún menos conocimiento de causa de lo sospechado, como un barco de vela sin timón, empujado por el viento de sus peores instintos.

Los acontecimientos recientes muestran que su visión de la vida no tiene complejas líneas de orientación política, sino reacciones impulsivas, sujetas a intempestivos cambios, de acuerdo con el humor del instante y al calor reactivo de la última noticia. Sus erráticos tuits pueden responder a una súbita impaciencia por políticas no atendidas por subalternos o ser solo cortinas de humo para desviar el interés de la prensa del entuerto del momento. Nadie sabe cuándo sus escándalos distractores van en serio y cuándo son jugadas de póker con el mundo.

Fuerza y razón. Es impredecible y caprichoso, pero tiene un sentido general de intención. Detrás de vaivenes y frases de choque, se puede descifrar el impulso fundacional agresivo que lo anima: la fuerza puede más que la razón; la confrontación genera réditos, no la diplomacia, y la ganancia se logra solo con pérdida ajena.

Su élan vital es la ley de la selva traducida en políticas públicas, como reducir impuestos a los ricos, desregular la economía, buscar ganancias comerciales a toda costa y ofrecer una diplomacia de garrote en los puntos más inestables del planeta.

Esa forma de ser lo llevó a la presidencia, conectando sus bravatas con las frustraciones de un segmento estratégico de electores. Inseguro en su debut, se rodeó inteligentemente de personalidades que apaciguaran el nerviosismo provocado por su falta de experiencia de gestión.

Se desligó, así, cuando fue necesario, de sus más controversiales consejeros, como Bannon, de la ultraderecha racista, y construyó un entorno de empresarios exitosos y prestigiosos militares que hacían contrapeso a sus peligrosas improvisaciones. El mundo respiró apenas más tranquilo.

Tillerman, como secretario de Estado; Cohn, como consejero económico; el general McMaster, como consejero de seguridad nacional; y el general Kelly, como jefe de gabinete formaron un equipo de cortafuegos, frente a sus iniciativas más peligrosas, en economía, comercio, Oriente Medio, China y Corea del Norte. Entre los cuatro parecían poner rienda a un presidente susceptible de desbocarse. ¡Vana fantasía! Solo queda Kelly y nadie sabe hasta cuándo.

Desde cero. Después de 14 meses de gobierno, comienza de cero, rodeándose de aduladores y separando a todos los que refrenaban sus impulsos. Cada pieza estratégica caída en desgracia es una razón más para temblar. Un Trump a rienda suelta merece una nueva mirada al ajedrez del mundo.

Es un escenario que se complica en todas sus aristas, con un Putín desencadenado, sin temor a represalias, y una China emergente como potencia mundial de primer orden, con liderazgo cada vez más indisputado en Asia.

El vulgar despido intempestivo de Tillerman y la destitución de McMaster, que tranquilizaba con tener bajo las riendas el botón nuclear, se complementó con el nombramiento de un belicoso Pompeo en el Departamento de Estado, el mismo que quiere romper el acuerdo nuclear con Irán y ha abogado por un cambio de régimen en Corea del Norte. Ese claro reforzamiento de los ultrahalcones es mal augurio para las negociaciones con Kim Jong-un, que tampoco es inocente paloma.

Desde su America First, la visión confrontativa de Trump ha tenido al mundo en vilo de guerras comerciales. El anuncio de un aumento de aranceles al acero y al aluminio pareció confirmar todos los temores. Frente a esa locura, renunció Cohn, perito atemperado y aperturista, sustituido por Kudlow, comentarista de erráticos diagnósticos. En los albores de la crisis del 2008, había pronosticado que “los pesimistas estaban equivocados”.

Antes de ser nombrado, dijo que los impuestos anunciados por Trump eran un autocastigo que pondría en la picota 5 millones de empleos de industrias que usan acero, para proteger 140.000 que lo producen. Pero no tuvo empacho en aceptar el nombramiento, diciendo que puede vivir con la visión del presidente.

Así es de “firme”. Sus criterios lo oponen a Mnuchin, secretario del Tesoro, en el tema de la valoración del dólar, y están contrapuestos con la visión comercial de Ross, secretario de Comercio.

Entra como una incómoda cuña y su nombramiento debilita, aún más, un equipo económico heterogéneo e incoherente, generando más preguntas que respuestas. Todo en Trump es así. La guerra comercial va y viene. Lo único seguro es la incertidumbre y con ella asombra la relativa tranquilidad de los mercados financieros. ¿Hasta cuándo?

Después de 14 meses de gobierno, Trump se siente con confianza suficiente como para dirigir el barco él mismo, sin ruta, sin mapa, sin brújula, a puro instinto. El problema es que en ese barco vamos todos y la pregunta es hasta dónde nos llevará. Mal momento para quedar, también nosotros, a la deriva, con un piloto aficionado.

 

La autora es catedrática de la UNED.