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POR VELIA GOVAERE - 5 de julio 2018

 

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Los vientos huracanados de la tragedia nicaragüense, inverosímil, hasta hace poco, nos obligan a despertar de la negación irracional que sostiene nuestra indiferencia.

“Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste”, pero preferimos no ver esos signos de los tiempos agolpados en nuestras puertas. La crisis en Nicaragua nos trajo el soplo del tirano que presentíamos y que, ahora, se confirma con amagos de peste. Los vientos huracanados de esa tragedia, inverosímil, hasta hace poco, nos obligan a despertar de la negación irracional que sostiene nuestra indiferencia.

El repentino genocidio cotidiano de ese pueblo nos acerca de improviso a escenarios más remotos, pero no del todo ajenos. Descansamos sobre un mundo de turbulencias en todos los rincones del globo. Nuestra tranquilidad se revela peligrosamente precaria al estar fundada en organismos internacionales amenazados de obsolescencia, cuando son desafiados hasta puntos extremos de ineficacia.

En todos los escenarios de la inestabilidad internacional, es pregunta obligada dónde están y qué hacen los organismos internacionales responsables de superar las crisis

El sosiego que vivimos esconde grietas insospechadas. Las alianzas que aún sustentan los equilibrios políticos y económicos se revelan azarosamente inestables. Pero de eso todavía no queremos saber nada, hasta que movimientos telúricos inesperados interrumpan la bucólica serenidad de nuestra insoportable excepcionalidad.

Panorama sombrío. La Unión Europea es un laberinto de contradicciones sin resolverse. Macron llegó como soplo sorpresivo de esperanzas. Se comprometió a refundar y relanzar el proyecto comunitario, con masiva inversión pública, contra las restricciones alemanas, y a equilibrar las asimetrías acentuadas por una moneda común, que es al mismo tiempo insostenible e irrenunciable. A un año de su mandato, el panorama es más sombrío que cuando llegó al Elíseo.

Merkel, su mejor aliada, ya no tiene margen de maniobra para apoyar sus iniciativas disruptivas. Diferente a la acostumbrada, esta es otra Alemania, de gobierno extrañamente inestable, ascenso de la derecha y retroceso obligado de su política migratoria.

Pactos efímeros amenazan la unidad ya no solo de la azarosa y a duras penas lograda coalición con la socialdemocracia, sino de su propia alianza de 70 años, como partido de dos alas hermanadas, la nórdica CDU y la CSU bávara.

La cuña de la discordia es el avance de la derecha del partido Alternativa para Alemania, empujado por el rechazo popular a las políticas migratorias de Merkel. A las puertas de elecciones, en octubre, el CSU siente la amenaza de perder su mayoría absoluta en Bavaria.

Su líder, Horst Seehofer, necesita competir a la derecha con la derecha. Mejor romper con Merkel que perder Bavaria. Sin embargo, la línea de Seehofer pone en riesgo la coalición de gobierno con la socialdemocracia. Es el ingreso alemán en la espiral desestabilizante de la incertidumbre política. Pero ante el inminente enfrentamiento comercial con Trump, Europa necesita un frente alemán unido y sólido, que no tiene. Adiós Macron.

Sismos. Mientras tanto, otros movimientos telúricos sacuden Europa. En Turquía, Erdogan, dictador elegido y fortalecido, remoza vínculos con Putin e interviene impune en las guerras de Oriente Próximo. Se hace así más bizarro aún el mosaico de enfrentamientos étnicos y confesionales de una región que inunda a Europa de refugiados.

Italia atraviesa la mayor disfuncionalidad de la posguerra, con el gobierno inverosímil de dos extremos, de derecha uno y de izquierda otro. El brexit sigue sin aterrizaje suave a la vista y, mientras tanto, una guerra comercial amenaza no dejar títere con cabeza.

Si esos acontecimientos no fueran suficientes para sentir la inseguridad que aqueja la zona reputada como la más estable del mundo, este 6 de julio entrará en vigor una guerra comercial abierta y sin restricciones, entre China y Estados Unidos. Trump anunció aranceles por el orden de $34.000 millones. China avisa que hará lo mismo. Ante esa medida de retorsión, Trump anunció estar listo para aranceles de $16.000 millones adicionales.

El gobierno chino dice estar preparado. No es cierto. Nadie puede estar presto para semejante panorama. Quiere calmar sus mercados financieros. No es tan fácil. Estados Unidos es destino del 20 % de las exportaciones de la República Popular. Además, una alta proporción de las inversiones extranjeras en China se fundan en la plataforma comercial que representan los Estados Unidos y que ahora está en entredicho.

Por eso, el simple temor del incremento arancelario anunciado por la Casa Blanca ha supuesto una masiva huida de capitales. En los últimos 15 días, la bolsa de Shanghái ha perdido el 15 % de su valor accionario. Eso representa varios centenares de miles de millones de dólares en pérdidas.

Como consecuencia, el yuan se ha devaluado ya un 3 % frente al dólar, haciendo más competitivas aún las exportaciones chinas. El gobierno chino ha ordenado a los medios de información financiera no referirse, sin permiso previo, ni a Trump, ni a la guerra comercial.

En todos los escenarios de la inestabilidad internacional, es pregunta obligada dónde están y qué hacen los organismos internacionales responsables de superar las crisis. Ahí, OMC, ONU, OEA y, más cercano a nosotros, el SICA, son desafiados por situaciones para cuya superación fueron precisamente creados. Pero llegado ese punto, se revelan ineficaces.

En la hora de los hornos, Venezuela languidece y Nicaragua se desangra. No hablemos de la sopa de babas de la declaración de los presidentes del SICA, del 30 de junio, donde dicen: “Saludamos la voluntad del gobierno de Nicaragua (…) por reafirmar su vocación de diálogo” (¡agh!). Ahí se firma junto al representante del gobierno responsable de las muertes, como si fueran producto del clima y no de un tirano.

Esa es la dura realidad. Organismos ineficaces sin alternativas que les remplacen. Su impotencia reviste una enorme gravedad porque han sido fundamentales y, más bien, necesitan fortalecerse.

Estamos en una fase transitoria de responsabilidad colectiva que necesita reconocer los peligros que nos acechan, aunque no se vislumbre todavía cómo superar las frágiles premisas de nuestra inocente tranquilidad.

 La autora es catedrática de la UNED.