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Con el alma democrática en vilo


Dra. Velia Govaere Vicarioli
Coordinadora - Observatorio de Comercio Exterior (OCEX-UNED)

Vivimos en vísperas de un desenlace caótico de las elecciones en los Estados Unidos. Tres narrativas se imponen:

1. Las encuestas perfilan una victoria casi segura de Joe Biden.

2. Según Trump, serán elecciones fraudulentas y advierte que no aceptará resultados que no le favorezcan.

3. La Corte Suprema de Justicia será el árbitro de última instancia en las elecciones así disputadas.

Para lograr su reelección, Trump quiere una mayoría favorable en esa Corte. Esto ilumina sus esfuerzos por sustituir a Ruth Bader Ginsburg, recién fallecida y de tendencia progresista, por Amy Coney Barrett, ultraconservadora católica del movimiento de renovación carismática.

Eso explica por qué, antes de ser nominada, a Barrett se le preguntó si se recusaría de conocer en noviembre temas electorales. Ella respondió que no. Su voto sería el sexto conservador en una corte de nueve miembros y aumentaría las posibilidades de reelección de Trump por vía judicial.

No es la primera vez. En el 2000, en la disputa por 29 delegados de Florida para el Colegio Electoral, la Corte Suprema detuvo el recuento y decidió las elecciones a favor de George W. Bush. Menos de 200 votos lo separaban de Gore. Trump quiere repetir a su favor la judicialización del resultado electoral.

Para entender mejor el escenario de semejante embrollo, debemos desprendernos de las nociones que tenemos de elecciones en Costa Rica. Es una deconstrucción mental necesaria. Aquí los procesos electorales son diferentes a los estadounidenses. Primero, el registro electoral. Aquí nacemos y quedamos inscritos en el padrón. Allá cada uno tiene que registrarse en su Estado. Nosotros tenemos cédula. Allá no existe. Cada Estado define el documento que identifica al votante. Puede ser la licencia de conducir o, como en Texas, el permiso de portar armas. Allá no existe una autoridad electoral equivalente a nuestro Tribunal. Cada lugar tiene consejos electorales locales y hay más de 10 mil reglamentos dispersos.

En cada Estado, el elector no vota por un candidato sino por delegados de ese candidato. Cada Estado tiene números propios de delegados. Eso depende, en parte, de su población, pero también del pacto original de adhesión a la Unión. Por eso California tiene más delegados que ningún otro.

Los delegados electos forman un Colegio Electoral que es quien elige un presidente, por mayoría simple, con un mínimo de 270 votos. La elección de los delegados no es proporcional a los votos recibidos. Normalmente, quien gana las elecciones en un Estado se lleva todos los delegados, salvo en Maine y Nebraska. Eso hace posible ganar el voto popular, como sumatoria de votos emitidos y, a pesar de ello, perder las elecciones. La victoria del Colegio Electoral es la decisiva. Gore tuvo medio millón de votos más que Bush, y cuando perdió, por vía judicial, los 29 delegados de Florida, perdió la presidencia. Hillary Clinton tuvo tres millones más de votos que Trump, pero en la disputa local perdió los delegados de tres Estados, y ganó Trump.

Añadamos a esas complicaciones el voto por correo. Hay Estados donde se necesita justificar el voto por correo. En otros es optativo. Desde el 2000, Oregon realiza las elecciones presidenciales por correo. Lo complejo es que el voto presencial se cuenta ese mismo día, mientras que los votos por correo pueden durar más. Eso crea la posibilidad de resultados variables conforme avance el conteo. Como los demócratas votan más por correo que los republicanos, el 3 de noviembre no es improbable que Trump comience con mayor votación, se autoproclame ganador y no acepte después ningún otro resultado. Seguiría un atropellado recuento de votos, alborotos callejeros y, finalmente, una decisión judicial.

Trump ha venido preparando el terreno de ese escenario. La Constitución permite tener armas de guerra, formar milicias y tener entrenamiento. Decenas de milicias de extrema derecha apoyan a Trump. Tienen el 70% de los más de 300 mil fusiles en manos privadas.

Wallace, moderador del debate del 29 de septiembre, le preguntó a Trump si pediría a sus seguidores calmarse antes del resultado final. Trump se negó. Esa es su estrategia. Friedman, del New York Times dice que “si Trump no gana, enturbiará los resultados para que la Corte Suprema decida”. Estamos con el alma democrática en vilo, en antesala de una posibilidad dramática: un golpe de estado jurídicamente avalado y, con ello, el mayor desafío moderno de la institucionalidad de la primera democracia representativa de la historia.

 

Publicado en Acontecer - Edición Octubre 2020. El TINTERO.