Atendiendo la amable invitación de Manuel Araya Incera, Velia Govaere participó en la mesa redonda “Mirada histórica sobre la Costa Rica de hoy” en ocasión de la celebración del 80 aniversario de la Academia de Geografía e Historia de Costa Rica. En ese conversatorio compartió puntos de vista sobre los principales hitos de la historia costarricense con Jorge Vargas Cullell del Estado de la Nación y con el historiador David Díaz.

La mesa redonda buscó ofrecer una mirada holística y multidisciplinaria a los acontecimientos que sentaron las bases de la Costa Rica de hoy. OCEX Informa pone a disposición de nuestros lectores la grabación completa del evento, con la introducción de Manuel Araya y las participaciones de Velia Govaere, Jorge Vargas Cullell y David Díaz en el link:

También ponemos a disposición de nuestros usuarios, dada la actualidad de las observaciones de la Dra. Govaere, una reseña de los principales elementos de su intervención académica, en representación de OCEX-UNED:

“… me parece muy pertinente una mirada histórica al camino recorrido. Es necesario que comprendamos como llegamos aquí. También es importante que nos atrevamos a un ajuste de cuentas con un pasado que no debemos abordar por retazos. No necesito decirles que compartiré con ustedes reflexiones críticas del momento que vivimos.

Somos un país de contradicciones. Ser campeones en inversión social camina de la mano, como si eso fuera compatible, con un sistémico agravamiento de la desigualdad y un permanente estancamiento de la pobreza. Ese es un contraste y también lo es que ambas realidades, estado benefactor y país desigual, aparezcan desde hace años en nuestras consciencias como la cosa más natural del mundo. Ninguna campaña electoral aborda esa realidad como contrastes sistémicos.

Hay otro contraste todavía menos mencionado. Nuestro Estado es un cartel empresarial de lo más exitoso, con activos prodigiosos de riquezas inimaginables: bancos, compañías de seguros, empresas eléctricas fabulosas, incluso legendarias. Al mismo tiempo, tenemos un Estado rabiosamente endeudado. Somos ricos pobres y pobres ricos. Es decir, incoherentes. Dicho más suave, duales, heterogéneos.

Déjenme que me refiera, someramente, a los grandes paradigmas que han marcado la evolución del modelo de desarrollo que vivimos. El primero fue el paradigma liberal, el de 1870, fundacional de nuestra institucionalidad política sustentada por la agronomía exportadora.

En ese período, la inversión social pública del Estado se concentró fundamentalmente en la educación. Es a partir de ella que se articula una visión limitante de la intervención del Estado en la vida económica y social. Aun así, la reforma educativa, de 1886, fue, sin duda, madre también de las políticas sociales, lo que contradice, en parte, los principios clásicos del laisser faire, laisser passer.

Más allá de su aspecto docente, según Steven Palmer, el aparato educativo fungió entonces como infraestructura básica para las intervenciones estatales de salubridad, trabajo social y protección de la infancia. Desde ese punto de vista, Costa Rica siempre tuvo una motivación política de vocación equitativa, lo que se reflejó en una inversión social, que incluso en el período liberal, llegó a ser un 28% del gasto público.

Sin embargo, mientras, en Europa, el paradigma liberal había llegado a su apogeo y crisis histórica, en Costa Rica el cambio de modelo se fue gestando muy lentamente. En Europa la problemática social, laboral y sanitaria había demandado la intervención del Estado desde antes de la I guerra mundial. En nuestro país, la organización obrera y las luchas sociales fueron creando condiciones para una nueva hegemonía de pensamiento. El hecho de que el giro de paradigma se produjera de una coalición iglesia-organización obrera-ejecutivo muestra la conformación de un nuevo bloque histórico hegemónico que se fue profundizando.

El paradigma liberal se resquebrajó en la década del 40 del siglo pasado, en dos grandes fases. La primera con la creación de grandes pilares de la vida nacional que solo han progresado, desde entonces, sin retrocesos: la caja y las garantías sociales.

La segunda fase de abandono del liberalismo decimonónico se da después del 48. Fue la consolidación del establecimiento sistémico del estado como factor económico decisivo de la vida nacional. Se produce, desde el punto de vista de modelo de desarrollo, dentro de un esquema latinoamericanas de Industrialización de Sustitución de Importación (ISI).

Debe tomarse en cuenta, sin embargo, que el resto de los países que asumieron la política de proteccionismo arancelario, lo hicieron dentro de un esquema liberal, que no asumió, como Costa Rica, el estatismo económico. Solo aquí llegó el estado empresario a convertirse en el factor decisivo de la vida económica.

Este período que se extiende hasta los 80, es una época en la que Costa Rica miraba hacia adentro. Fue el período en el que se alcanzaron las mayores conquistas sociales, laborales y económicas de nuestra historia. Se universalizó la enseñanza primaria. Se dio a la población cobertura nacional de salud. Los avances educativos estaban 15 años por delante del promedio latinoamericano y produjeron un sistemático crecimiento de la clase media. Los índices de distribución de la riqueza nos colocaban entre los países más equitativos del mundo. Es un período en el que el crecimiento de la producción fue, cada año, un 1% mayor que el incremento de inversión en cada factor productivo. Es decir, es un período de incremento neto de productividad, pero no de competitividad porque nuestra producción estaba encerrada en el contexto centroamericano aislada de la competencia mundial.

Es esta época la que posicionó a Costa Rica en el concierto de naciones como un país particularmente emblemático, cuyo imaginario colectivo se contempla a sí mismo como educado, democrático, equitativo y pacífico. Es el efecto más notable de ser el primer país del mundo en abolir su ejército y dedicar esos recursos a educación e inversión social.

Sin embargo, entre esas estadísticas que nos hacían brillar en el mundo, había una que no nos atrevíamos a encarar. Preferíamos ignorarla. Todo ese desarrollo humano se había hecho a crédito. En 1979, Costa Rica era el país más endeudado per cápita del mundo. Ahí terminó la fiesta. El modelo de desarrollo basado en el impulso estatista de una Industrialización por Sustitución de Importaciones llegó a su fin.

El país entró en default en la crisis de la deuda externa de los 80, la peor de su historia. Era hora de un cambio de paradigma. Ese cambio tenía que llegar y llegó. Había que ver hacia afuera, en primer lugar porque estando tan endeudados necesitábamos divisas para pagar las deudas y equilibrar las cuentas nacionales.

Para lograrlo, se echó mano a una agresiva combinación de políticas de internacionalización y de atracción de IED, para convertir al país en plataforma exportadora de Zonas Francas. El cambio de paradigmas respondió a esa situación coyuntural de emergencia y el modelo resultante de esa respuesta nunca trascendió sus premisas iniciales. Por eso, el cambio de paradigma fue solo parcial. La apertura comercial de Costa Rica no tenía un mapa de ruta de desarrollo integral. Su resultado fue un país paradójico, lleno de dualidades y contradicciones. Nada acusa con mayor dureza ese cambio desequilibrado de paradigmas de los 80 que su simultánea parálisis en la inversión educativa y de salud.

Se comenzó a mirar hacia afuera, era necesario y perentorio. Pero…se dejó de mirar hacia adentro. Hacia afuera nos volvimos uno de los modelos más emblemáticos de internacionalización. Hacia adentro, quedamos estancados, con productividad de la industria interna en retroceso desde 1980. Es decir, la productividad de factores disminuyó constantemente desde entonces.

En los últimos 40 años se ha consolidado un paradigma hegemónico donde el equilibrio macroeconómico se basa en la creación de una amplia plataforma de TLC, que respalda nuestra sólida atracción de inversión extranjera directa, orientada hacia una especialización productiva de alta tecnología.

En eso fuimos, de nuevo, exitosos. Un país de tan sólo 5 millones de habitantes es hoy el primer exportador de productos de alta tecnología en América Latina. Si se excluyen minerales y combustibles, que no tenemos, Costa Rica es, además, el primer país exportador per cápita de bienes de la región ya que cuenta con más de 4 mil empresas que exportan más de 4 mil quinientos productos a 146 países.

Sin embargo, el acceso y aprovechamiento de las oportunidades generadas por el comercio ha sido desigual y contrastado entre sectores. Existen dos economías, una “nueva economía” ligada a las exportaciones y una “vieja economía”, bajo la lógica del mercado interno. El dinámico segmento exportador incide solo en una minoría de la población económicamente activa y apenas en territorios del valle central. Eso profundiza una sociedad dual y un país territorialmente fragmentado, con el consiguiente desafecto social por el modelo. Después de cuarenta años de apertura comercial, Costa Rica ha experimentado la combinación de crecimiento económico continuo aunado a un contradictorio retroceso productivo endógeno, desmejoramiento de índices sociales y permanente atraso en las comunidades periféricas.

Aparecieron dos Costa Ricas. Los lados oscuros de la globalización comenzaron a verse. En 2008 hubo tal oposición a la suscripción de un tratado comercial con Estados Unidos que se tuvo que recurrir a un referendo. El país quedó dividido en partes iguales. Costa Rica ha servido como un laboratorio donde se han ido revelando las contradicciones de la globalización. Los resultados del referendo fueron precursores por más de diez años al Brexit, en Inglaterra, al triunfo presidencial de Donald Trump, en Estados Unidos, y a los mismos resultados nacionales electorales de primera ronda en 2018. Todas esas conmociones políticas tienen como raíces el mismo fenómeno que Stiglitz (2002) llamó “El malestar de la Globalización”. Costa Rica fue el primer país del mundo donde los perdedores de la globalización se manifestaron en las urnas explícitamente contra la internalización del país.

De todas las paradojas existentes, ninguna más escandalosa que la educativa. De cada diez niños que entran a primaria, poco más de dos logran bachillerarse. Se ha acentuado la inequidad educativa y la educación nacional no logra generar una real transformación en el mercado laboral y solo una minoría de la fuerza de trabajo tiene un perfil de competencias para participar en los sectores más dinámicos y modernos de la economía.

Estos contrastes son resultados de políticas públicas con prioridades desproporcionalmente concentradas en la internacionalización, a expensas del atraso del parque empresarial doméstico. La creciente inversión social y las transferencias no pueden sustituir la creación de empleo como generadora de bienestar y movilidad social.

Eso tiene como resultado otra paradoja sorprendente: atraer riqueza y generar desigualdad. ¡Impensable! Llegó la hora de un modelo de desarrollo más integral. Para ello se necesita enlazar el éxito exportador con la industria nacional, mejorando su productividad, innovando productos y encadenándolos a las exportaciones. Y algo trascendental que se menciona poco: el carácter del Estado no puede seguir navegando entre dos aguas, con un instituto contra el alcoholismo y propietario al mismo tiempo el monopolio de la producción de licores. Es sólo un ejemplo.

Si no existe una política pública distributiva y de acoplamiento productivo, territorial y educativo que articule la sociedad a la internacionalización del país, la duplicidad se seguirá acentuando, la desigualdad agravando, los descontentos creciendo y, en las urnas, quedará cada vez más amenazado nuestro mismo sistema de gobierno.

Estamos llegando a un final patético de la heterogeneidad que es la falta de coherencia del modelo. Y una forma extrema de verlo es la constatación de cómo el estado es el mayor cartel económico del país en un país súper endeudado.

La realidad es que la excepcionalidad costarricense hace rato llegó a su fin y no estamos teniendo agilidad de reflejos para emprender reformas estructurales que nos permitan enfrentar las paradojas que se han venido gestando.

Nuestros próceres tuvieron atisbos que marcaron generaciones. Weber llamó “tipo-ideal” a esas miradas: lógicas políticas con sentido sistémico. Eso ha quedado trastocado. Nuestro Estado-Empresario abandona al empresariado. El Estado de Bienestar castiga la canasta básica. Es un modelo de desarrollo incoherente que no se mejora a pellizcos.

Vivimos en un ineficiente Estado hipertrofiado, dadivoso en políticas lacerantes contra los más necesitados, como la fijación de precios del arroz contra consumidores pobres. Sufrimos un sistema educativo de bajo rendimiento, poca pertinencia, alta deserción y, lo más impúdico, desconexión digital, con financiamiento asegurado.

Se atiende exportadores y se desampara el tejido productivo interno, a no ser cuando se atienden oligopolios agroindustriales. Participamos en la OECD, pero al desatender sus directrices, es un saludo a la bandera y razón de chota. Arrastramos un hueco fiscal, que unifica todos nuestros tormentos y así endeudados, poseemos valiosos activos de Estado, indiferentes a la miseria que nos castiga.

La única reforma de calado la impuso el TLC: apertura de telecomunicaciones y seguros. ¿Dónde estaríamos si el ICE siguiera amo y señor de nuestro futuro digital? Hubiera sido mejor hacerlo motu proprio. Pero no fuimos capaces sin la fusta de un tratado. ¡Gracias al cielo! No me quejo. Peor habría sido quedarnos como antes. O que alguien me diga que no.

En medio de la pandemia, el crecimiento impetuoso de nuestros gastos hacendarios hace inevitable una negociación con el FMI. Es lo único que nos puede permitir atender, el año próximo, los pagos de la deuda pública, para no caer en default, como en los 80. De nuevo vuelve la deuda externa a ser factor decisivo de un cambio de paradigma. Cualquier resultado de esas negociaciones impactará la gestión del Estado. Ocasión sería para encontrar visiones colectivas que, además de atender finanzas, proyecten una reconstrucción integral de nuestro futuro. Lo hicimos en los 80, aunque de forma parcial. ¿Tendremos la capacidad colectiva para hacerlo de nuevo?”