logo acontecer

 

 

 

 

Tiempos tormentosos publicado en el periódico ACONTECER


Dra. Velia Govaere Vicarioli // Coordinadora
Observatorio de Comercio Exterior (OCEX-UNED)


El mundo está enfermo. Todo lo que ha ocurrido, desde el Brexit hasta la elección de Donald Trump, son efectos, no causas del Weltschmerz, las angustias del mundo. La globalización que ha marcado el destino colectivo de tres generaciones no ha traído solo bendiciones, sino también acentuado asimetrías. Las más relevantes son entre lo rural y lo urbano, entre la producción agraria tradicional de baja productividad y la de alto rendimiento por procesos químico-industriales de alta tecnología. De ahí, las brechas territoriales con el signo universal de la desigualdad han dado lugar a un desafecto social generalizado, al surgimiento de corrientes antisistema diferentes al izquierdismo del pasado y a un retorno cultural hacia formas religiosas que han asumido protagonismo político.

¿Todo ese daño fue producto de la globalización? ¡Para nada! El frío no está en las cobijas. Las desigualdades sociales ocurrieron porque existió una simultaneidad innecesaria: el proceso de la apertura comercial global se produjo en paralelo con la hegemonía universal del neoliberalismo. Fue como ocurrió, pero no tuvo necesariamente que ser así. No existe ninguna relación vinculante entre abrirse a la competencia internacional y, al mismo tiempo, abandonar las responsabilidades que tiene el Estado de asegurar un desarrollo económico socialmente equilibrado.

Si la globalización va de la mano con la superación del proteccionismo, de eso se deriva lógicamente que la apertura de fronteras crea desequilibrios que deben atenderse. Industrias retardatarias y formas de producción de bajo rendimiento estaban destinadas a evolucionar o desaparecer. La apertura comercial aceleró esos procesos y el Estado tenía que asumir sus consecuencias sociales y desarrollar políticas productivas no proteccionistas. La posibilidad de coexistencia de la apertura comercial y el progreso tecnológico generalizado lo prueba, entre otros países, Corea. Es lo que yo he llamado, desde hace tiempo, la necesidad de atender a los perdedores de la apertura comercial.

Por otra parte, los impactos diferenciadores de la sociedad del conocimiento también jugaron acentuando dualidades entre sectores con acceso real a educación de calidad y a un perfil de oferta académica de competencias que les permitiera acoplarse a las diferenciadas demandas del mercado laboral. También ahí hubo un desfase. El Estado, en la mayor parte de países, dejó la educación pública correr por su cuenta como si nada estuviera ocurriendo en el agravamiento de brechas de empleabilidad. Fue una inversión educativa no fue promoción real de competencias.

La gravedad de la situación actual puede remontarse a los gobiernos de Reagan y Thatcher, que aparecieron al mismo tiempo que el impulso de la globalización. Indujeron la mayor desregularización de toda la vida económica, que terminó convirtiéndose en el modelo de desarrollo de los países avanzados. Era un modelo parcializado a favor de las grandes compañías transnacionales que se vieron favorecidas por menores costos de mano de obra, en detrimento la competitividad basada en desarrollo tecnológico. Como resultado, frente a la competencia de la mano de obra de países de menor desarrollo, se cercenó la fuerza de negociación salarial de la clase obrera de los países desarrollados. En éstos, la afluencia masiva de capitales facilitó que los gobiernos resolvieran sus finanzas, en detrimento también del desarrollo de las industrias locales.

El mayor impacto de esas políticas puede apreciarse en el estancamiento de los ingresos de las clases medias. Desde finales de la II Guerra Mundial hasta 1980, hubo crecimiento neto no sólo de la clase media, como segmento de la población, sino también de sus ingresos. Desde 1980 se frenó ese crecimiento y se estancaron los ingresos incluso de la clase obrera industrial. Si a eso se añade la deslocalización de industrias en búsqueda de mayor eficiencia y la simultánea inserción de los volúmenes fantásticos de mano de obra barata pero de buena calidad en China, se puede apreciar el formidable impacto de devastación de territorios, la creciente desigualdad de ingresos, el abandono de poblaciones aferradas a sus tradiciones, el resentimiento con la ciencia y la tecnología y el desenvolvimiento hegemónico de la superstición y de los extremismos religiosos.

Sobre esa base social creada, en parte, por la globalización salvaje sin coto y, en parte, por la indiferencia política de las élites, se entronó Trump y triunfó el Brexit, con esas características de ruralismo, nacionalismo, xenofobia, desprecio a la ciencia y a la institucionalidad. Así llegó Trump. Los votos masivos que recibió demuestran que si perdió las elecciones fue solamente por su brutalidad y torpeza sobre todo en el manejo de la pandemia. Su partida no cambia los problemas estructurales y sociales que le dieron origen a su mandato. La fuerza del partido republicano, también de fuerza electoral ruralista, y que fue el verdadero triunfador de las elecciones norteamericanas, demuestra el enorme peso de esa fuerza social antisistema, que ahí sigue.

Aparte a las buenas intenciones de Biden, hay que entender que la mayor amenaza permanente al debilitamiento, también estructural, del multilateralismo, es la existencia de brechas territoriales, sociales, económicas, educativas y culturales. Esa es una realidad en búsqueda de estallidos. Resolverla implicará un retorno responsable a las responsabilidades de Estado de políticas públicas productivas y holísticas. Costa Rica es un caso más de esa heterogeneidad presente en un modelo de desarrollo trunco. El Movimiento de Rescate Nacional es una de las manifestaciones aberrantes de ese descontento que aún no ha encontrado su flautista de Hamelin. El signo de los tiempos sigue anunciando tormentas.

 EL TINTERO - NOVIEMBRE 2020 - 23