POR VELIA GOVAERE 

China es el paradigma cardinal de nuestros tiempos. En Asia está la piedra angular del rumbo de la historia

Cuando el 20 de enero del 2021 Joe Biden asuma la presidencia, se encontrará con la cancha totalmente embarrialada. El país estará en cuidados intensivos y no solo por la crisis sanitaria.

No hay espacio que no haya sido enlodado por la torpeza de Trump ni aspecto estratégico de las políticas públicas que no haya sido víctima de decisiones contrarias al interés público.

Central en esas cumbres borrascosas es la herencia nefasta de una división política extrema que hará cuesta arriba su mandato. Y aún con improbable mayoría legislativa, Biden tendrá las manos llenas sin haber puesto siquiera un pie fuera de las fronteras, donde el mundo aguarda expectante el retorno juicioso de Estados Unidos.

Ahí se agolpan desafíos: retorno al multilateralismo debilitado, regreso a las alianzas abandonadas, reconocimiento a los compromisos contra el cambio climático, política de contención de Rusia, freno al desate mediterráneo de Erdogan, perspectivas comerciales de largo aliento con Europa, sin hablar de la amenaza nuclear de Irán y del complejo escape de compromisos militares insensatos en Oriente Próximo.

Mil hojas sueltas aún sin definir. Pero ninguno de esos escenarios es tan estratégico como el ascenso de la estrella china, con un progreso incuestionado que se contrapone al instante de mayor debilidad de Estados Unidos.

Piedra angular. China es el paradigma cardinal de nuestros tiempos. En Asia está la piedra angular del rumbo de la historia. El malestar provocado por la deslocalización de industrias del rust belt que se fueron a Asia le dio la victoria a Trump y, con él, Estados Unidos perdió todo sentido de sensatez, cuando más la necesitaba.

Sería, tal vez, mérito de Trump haber colocado a China en el centro de la atención. Pero la fortaleza de China iba más allá de su balanza comercial y eso Trump no lo entendió. Aun así y sin azimut, desde el 2017, se visualiza a China como un competidor estratégico de largo plazo; sin embargo, la guerra comercial de Trump no era lo más relevante en la rivalidad multidimensional entre una potencia hegemónica establecida y otra en ascenso.

Para Estados Unidos, China es una potencia emergente que ya le disputa su hegemonía en el mundo. En eso hay un amplio consenso bipartidista, pero sin una política nacional coherente. Eso no existe. Se tratan asuntos militares, tecnológicos, de derechos humanos o comerciales, pero de forma aislada.

El abordaje de Trump, centrado en el comercio, era unidimensional y fallido. Las sanciones arancelarias no hacen mella en la verdadera dimensión de las fortalezas de China. Solo la miopía explica cómo Trump cedió a China grandes espacios de liderazgo comercial en Asia, con el retiro del Acuerdo Transpacífico (TPP) que le habría ofrecido a Estados Unidos una presencia privilegiada en Asia.

Al renegar del TPP propició, en cambio, que China llenara ese vacío con la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), futuro eje del comercio asiático.

Atenta para actuar. Ante cada vacío de política estadounidense, China ocupó la esfera vacante. Así, abandonó Trump otros espacios emblemáticos que China también llenó: en Naciones Unidas, en organismos multilaterales y hasta en capítulos decisivos, como el cambio climático.

Mientras Trump se preocupaba por aranceles o exportar soja, China desarrollaba aplicaciones como TikTok, tecnología 5G, cámaras de vigilancia e inteligencia artificial, y se convertía en líder mundial del más lucrativo negocio tecnológico: los juegos en línea, mercado de $92.700 millones dominado por ella.

A fin de cuentas, se trata también de una lucha de esferas de influencia tecnopolítica. Mientras Trump encarecía importaciones banales, China invertía, ya en el 2018, más en importaciones de chips ($300.000 millones) que en petróleo ($240.000 millones). Así, fue como China sentó las bases de su dominio digital.

Por otra parte, existe una competencia ideológica cuyo resultado no puede darse por sentado. El capitalismo de Estado de China es una poderosa experiencia de éxito de un proceso de transformación y de modernización sistémica diferente al capitalismo occidental.

Esa combinación de progreso tecnológico, desarrollo económico y movilidad social es parte esencial de la narrativa del nacionalismo chino en el sustrato de su identidad. Para los países emergentes, China muestra que el avance económico y social no tienen por qué basarse en el paradigma occidental. Esa rivalidad de carácter ideológico también debe ser analizada.

El asunto es cómo. Cuando las empresas nacionales se espantan debido a perspectivas de impuestos o se demonizan propuestas de sistemas universales de salud, se comprende la ceguera sistémica de un capitalismo salvaje y sin patria. Este contraste también desempeña un rol. El capitalismo de Estado chino debe su empuje a las multinacionales que llegaron escapando de las conquistas sociales de los obreros de sus patrias. Mientras el desarrollo social se estancaba en Occidente, se generaba en China una formidable dinámica de movilidad social.

Dinamismo. El Banco Mundial calcula que apenas entre el 2012 y el 2018 las personas que vivían con menos de dos dólares al día pasaron de 87,8 millones a 3,7 millones.

En ese período, las firmas en bolsas chinas pasaron de 3.600 a 10.400 empresas. Si la infraestructura vial está paralizada en muchos países de Occidente, en China, en contraposición, hay duplicación de autopistas, sus vías férreas crecieron un 35 % y sus carreteras, un 14 %, en solo los últimos seis años.

En contraste, la promesa democrática tiene deudas pendientes y no se resolverán sin un nuevo paradigma de relación entre el Estado y las empresas nacionales.

¿Qué hará Biden? Llega con un partido dividido, las arcas agotadas, un espectro de obstrucción republicana y sin seguridad de mayoría legislativa.

Mal rumbo sería intentar llenar ese vacío estructural sistémico con un programa militar agresivo. El desorden reinante en los establos de Hércules necesita un retorno a la sensatez y a la prudencia.

La autora es coordinadora del OCEX y catedrática de la UNED. 

Artículo publicado en Periódico La Nación, 17 de diciembre 2020.

https://www.nacion.com/opinion/columnistas/pagina-quince-
los-establos-de-hercules/UIR6FOERPJFNZLYWCQ5B42V46I/story/