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POR VELIA GOVAERE VICARIOLI

¡Qué hablen los cañones! Ninguna otra voz debe escucharse. Cualquiera que clame por la paz es sospechoso. Al Papa se le llama “putiniano” por hablar de dos imperios. El plan chino de paz se mira con suspicacia. Se alega responder a intereses propios. ¡Vaya delito, beneficiarse de la paz! En tanto, cada día que pasa ensombrece más los cielos.

Desde Ucrania, la oscuridad se extiende sobre todos los panoramas y si la sombra todavía no la tenemos encima, si esta insensata guerra sigue, no tardaremos en percatarnos de cuanto nos afecta. Es una insensatez verla bajo el prisma del castigo de Putin o la derrota de Rusia. Es ingenuo ignorar que el mismo destino humano está en la picota.

Es controvertido el relato histórico de los orígenes del conflicto. No por eso deja de estar cargado de consecuencias imprevisibles. Desde versiones impugnadas entre bandos enfrentados, sus raíces llegan hasta la caída del muro de Berlín y la gestión fallida de las perspectivas de paz duradera que ahí se abrieron. En medio de la borrachera, ante el rival desmembrado se olvidó que no hay humillación permanente sin peligrosos despertares nacionalistas. Se ignoraron las lecciones de la I Guerra Mundial y se hincaron los dedos en la herida de una Rusia impotente para impedirlo. La OTAN expandió sus tentáculos envolventes hasta donde pudo. Y aquí estamos, atrapados entre disyuntivas igualmente funestas.

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Artículo publicado en Periódico La Nación, 22 de marzo 2023.
La autora es coordinadora de OCEX y catedrática de la UNED