LLM. Velia Govaere Vicarioli
Coordinadora OCEX-UNED
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Reflexiones Finales

Amigos y amigas:

Un estudio de la CEPAL de Chile advierte que –y cito- “En Latinoamérica, el incremento de las exportaciones de manufacturas, en particular las vinculadas a diferentes regímenes especiales, no se ha traducido en el escalamiento hacia actividades productivas y sectores en los que se profundicen, difundan y aceleren los procesos de aprendizaje tecnológico, o que generen más capacidades tecnológicas y productivas”.

VGV-evento-12-febDe eso se trata. Costa Rica así lo ha comprendido y los programas analizados por Ricardo Monge, son esfuerzos que se articulan para superar este penoso diagnóstico de la CEPAL. ¿Dónde estamos? ¿Hasta dónde ha llegado el esfuerzo nacional por encadenar nuestra industria al dinamismo exportador? ¿Cuál es el estado de situación de nuestro sistema de incentivos para la innovación?

La investigación de Ricardo Monge aporta un rayo de luz en esos interrogantes. Nos dice, en resumen, que nuestras Políticas de Desarrollo Productivo tienen resultados positivos en relación con la generación de empleo, mejoramiento de niveles salariales y mayor propensión a exportar.

Pero sus resultados son casi homeopáticos, en el pequeño universo empresarial en que se mueven. El limitado esfuerzo que se realiza es igualmente concordante con su impacto, que no es satisfactorio ni adecuado a las necesidades nacionales. Una parte decisiva de este estudio es la ubicación de la experiencia nacional dentro de las mejores prácticas latinoamericanas y ahí nos muestra, al desnudo, nuestras considerables falencias.

Una cosa debe quedar clara. Terminaron los tiempos de la autocomplacencia. Vivimos tiempos de sinceramiento franco con nosotros mismos. Como bien lo muestra la investigación, incluso programas relativamente exitosos, como los analizados por Ricardo, en materia de encadenamiento, muestran en su mismo éxito, las grietas de un sistema que tocó su techo. Son tiempos de cambio que reclaman ajustes indispensables, casi pasados de su hora y llegados probablemente un poco a destiempo.

Acabamos de vivir un proceso electoral en el que predominó la insatisfacción generalizada, como expresión anunciada y muchas veces ignorada de la insatisfacción, que ahora se impone con mayor fuerza que nunca como coyuntura definitoria de nuestro futuro.

Ese descontento sigue, sin embargo, siendo indiferenciado, es poco preciso, tiene contornos poco definidos. Se refiere, sin duda, a una insatisfacción con el estado de situación de nuestro modelo de desarrollo. Pero en esa generalidad, lo bueno queda escondido y lo malo toma preminencia, hasta el punto de dejar desdibujados aspectos exitosos de nuestra realidad que necesitan continuidad, con nuevos aires.

Es relevante que entendamos el contexto actual en que se inserta la necesidad de ajustes en las políticas públicas del modelo de desarrollo de Costa Rica. Ellas se enmarcan, ahora, como hace 30 años, en una situación de crisis del modelo anterior y forjan, en cada caso, la hegemonía de visiones políticas nuevas. Los disidentes de un sistema se vuelven los abanderados de políticas nuevas y los iconos de un tiempo se vuelven figuras “demodée” de otros.

Hace 30 años, en la crisis de los 80, el giro fue radical. Ahora, en cambio, existen elementos que abogan, más bien, por ajustes cuidadosos, no por cambios abruptos de timón.

Costa Rica ya había escuchado un campanazo de alerta. La crisis de su paradigma de modelo de desarrollo vivió momentos dramáticos en la división del país con ocasión de la aprobación nacional del TLC. ¿Cómo explicarse que un país tan exitoso en su política comercial viera a su población totalmente dividida frente a un tratado con su principal socio comercial?

Fue un campanazo, pero no se escuchó con la atención debida. Ahí se nos advertía la necesidad de ajustes, no de cambios radicales. Muy diferente a la crisis de los 80, punto de partida del modelo actual. En aquel tiempo llegaba a su fin el viejo modelo de sustitución de importaciones basado en la protección arancelaria a la industria local. Ese esquema promovía activamente el fortalecimiento de la industria doméstica, objetivo más válido que nunca porque sigue siendo una aspiración permanente del desarrollo integral de nuestro país.

El corazón de la investigación de Ricardo Monge se sitúa en un examen de lo que estamos haciendo o dejando de hacer para crear capacidades productivas nacionales. Se trata de medir el esfuerzo nacional en auspiciar la industrialización, con una diversificación y sofisticación productiva que articule el tejido empresarial doméstico de forma armónica y homogénea con las demandas de consumo y productivas internacionales.

La investigación de Ricardo nos muestra los positivos, pero todavía modestos esfuerzos nacionales por dotarnos de una política integral de Desarrollo Productivo y la urgencia de superar las limitaciones presentes en la madurez de nuestro modelo actual para acoplar a las industrias nacionales con las cadenas internacionales de valor, con mucho mayor valor agregado nacional.

El modelo de apertura comercial con el tándem de atracción de inversión extranjera y una plataforma de TLCs ha sido la más decisiva política de Estado, para lograr equilibrios macroeconómicos, con una voluntad política de 30 años de continuidad, que es preciso defender.

Esto se ha reflejado en una significativa transformación de la estructura de las exportaciones nacionales. A finales de los 80 las exportaciones de bienes primarios eran el 57,6%, ahora son el 26%. Entonces, el 9,3% de las exportaciones correspondía a manufacturas de tecnología media y alta. Diez años después ese tipo de manufacturas habían pasado a ser el 48,5% del valor exportado. Las de alta tecnología tuvieron una transformación más dramática, pasando del 3,2% en 1990 al 36,5% en el 2000.

Pero esta transformación estructural de las exportaciones no implicó una transformación estructural generalizada en todo el tejido productivo. Fue una transformación específica de las exportaciones basadas en la Inversión extranjera radicada en Costa Rica, con alto componente importado de sus insumos productivos y un valor nacional agregado, cuyo volumen depende del sector, pero que en general es modesto. Si se excluyen las exportaciones de zona franca, los principales productos de exportación siguen siendo productos agrícolas primarios. Aunque casi el 50% de las exportaciones de Costa Rica, con origen en compañías multinacionales de zona franca, tienen una marcada orientación hacia manufacturas de tecnología media y alta, los procesos productivos que se encadenan a estas exportaciones, como bien lo explica Ricardo, no son los de mayor contenido tecnológico y están concentrados en los eslabones de manufactura y ensamble, intensivos en escala y en mano de obra poco cualificada.

Eso se refleja también en la estructura del empleo generado por las exportaciones. El sector exportador como un todo genera el 27,8% del empleo total del país. Pero el sector exportador agropecuario representa el 53% del empleo total generado por las exportaciones de bienes. Nótese que el 44,4% de las exportaciones industriales de régimen de zona franca, donde se genera más del 50% del valor de las exportaciones de Costa Rica, genera solamente el 2,6% de la población ocupada. Esos datos de bajo valor nacional agregado, de alto comercio intra-industrial, del tipo poco cualificado del empleo generado por la alta tecnología y de su pequeña incidencia relativa, nos muestra un estancamiento en la transformación estructural de nuestro sistema productivo.

Debemos comprender que la atracción de IED y la apertura comercial, creando una amplia plataforma exportadora, es parte de un binomio algebráico, donde la transformación estructural del aparato productivo nacional es uno de sus componentes indispensables. El modelo no es sostenible a largo plazo sin mayor sofisticación productiva y mayor valor nacional agregado, porque al abrirse al mundo, la producción nacional orientada al mercado interno también queda expuesta a la competencia internacional y muchas veces en desventaja, al no verse favorecida por la disminución arancelaria de los insumos productivos, que es lo que un día sí y otro también reclaman algunos gremios industriales. Ambos fenómenos, la creciente importación de consumo y la importación de insumos productivos crea un sistemático, acumulativo y creciente déficit de la balanza comercial de bienes, que se agrava con el diferente ritmo de crecimiento entre importaciones y exportaciones.

En los últimos 13 años, las importaciones crecieron a un ritmo anual 50% mayor que las exportaciones. El saldo negativo de la balanza de bienes es ya el 13,8% del PIB. Dramático proceso si recordamos que ese saldo negativo era sólo del 2,8% del PIB, en el año 2000.

El estancamiento de la inversión en innovación y desarrollo impide detener de forma sistémica el incremento de la importación de bienes productivos intermedios. Sólo un aumento de la inversión en la investigación, sofisticación e innovación de la producción nacional podrá contrarrestar la demanda de bienes importados, sea de consumo o intermedios de producción.

Entiéndase que el modelo exportador no excluye, sino que más bien tiene como parte integral un esfuerzo de sustitución de importaciones. No lo debe hacer por la vieja vía de la protección arancelaria, sino por una nueva. El proteccionismo murió, renace la vía de una mayor sofisticación, innovación y competitividad. Eso permitiría, adicionalmente, la creación del tipo de empresas que podrían encadenarse con mayor dinamismo y mayor valor agregado a la IED, así como aprovechar mejor la transferencia tecnológica.

Pero el problema es que se le ha otorgado un bajo nivel de prioridad a la inversión pública en Investigación y Desarrollo. Mientras que la Estrategia Siglo XXI recomendaba que llegáramos al 1% del PIB, el año pasado fue de 0.4% y no hay suficiente énfasis en políticas industriales que específicamente estimulen la innovación de la industria doméstica. Por otra parte, un empréstito del BID, nada controversial, reconocido como esencial y orientado precisamente en esa dirección, no termina aún el calvario de su aprobación legislativa.

Existe unanimidad nacional por un cambio, que nos debería introducir en una nueva generación del modelo actual de desarrollo. No estamos por descubrir el agua tibia, sino para mejorar lo que hacemos bien y hacer bien lo que hacemos mal. El mapa de ruta señala movernos hacia una mayor homogeneidad de nuestro tejido productivo, menores diferencias de capacidades e ingresos de nuestra fuerza laboral y un mayor posicionamiento en la agenda nacional del fortalecimiento del ecosistema de innovación.

¡Muchas Gracias!